martes, noviembre 03, 2009

Un problema muy gordo

Estados Unidos tiene un problema muy gordo. O más bien, millones de ellos. Me refiero a los obesos extremos. Una cosa es estar gordito, y otra muy distinta lo que por desgracia se ve tan a menudo por las calles de, me atrevo a decir, cualquier ciudad estadounidense.

Ya en los primeros días de este viaje a Bethesda me dí cuenta de la cantidad de obesos extremos, gente que se les ve con grandes problemas incluso para andar. En Australia ya me acostumbré a ver algunos en ciertas partes de Sidney, pero en Bethesda se ven mucho más frecuentemente.

Y Bethesda es un suburbio de gente rica y sana que tiene ¨pocos¨ obesos. Cuando fuimos a Washington DC, Mineko y yo vimos una proporción de turistas obesos extremos más grande. Pero cuando realmente nos dimos cuenta de, válgame la palabra, las dimensione del problema, fue cuando hicimos un viaje por tierras de Virginia, justo al suroeste de Washington DC. A mí me pareció visitar un país de gigantes, con gente mucho más alta de lo que estoy acostumbrado, y muchísimo más gorda. La situación no era nada agradable, la verdad, y en cierto modo intimidante. Éramos como Gulliveres en el país de los gigantes. Pero estos gigantes andaban lenta y pesadamente.

La imagen del turista americano típico es alguien gordo y con camisa de colores chillones. Bien, la camisa tal vez se la pongan solamente cuando vayan a la playa, pero la verdad es que el turista típico dentro de Estados Unidos sea tal vez más gordo que los que viajan al extranjero.

En otros países como Australia, y me temo que España también, se ve gente obesa, pero Estados Unidos siempre ha tenido gente extraordinariamente alta. Durante una visita al museo de cera de Washington nos encontramos con la figura del primer presidente, Washington, a tamaño natural. Era una persona imponente por su altura, tal vez más de dos metros. Cuando gente alta y corpulenta se tornan en obesos, o peor, obesos extremos, da miedo.

Hace unos meses ví la pelicula ¨E Wall¨, que narra la historia de un robot de una Tierra postapocalíptica que viaja a una nave espacial donde viven los últimos humanos. Estos humanos, acostumbrados a moverse siempre en coche y en ausencia de gravedad, se tornaron en obesos extremos incapaces de caminar. Algo que vi como lejano en el tiempo se me torna muy cercano, y sin poner la excusa de la falta de gravedad.

Y las causas del problema se ven a simple vista. En Estados Unidos no se puede vivir sin coche. Las distancias entre trabajo, vivienda y tiendas son tan grandes que solamentese puede ir en coche. Y se han acostumbrado tanto al coche que lo usan también para distancias cortas. La gente, simplemente, no camina. Me asombra ver por las calles formas de caminar tan extrañas que me hacen pensar que se les ha olvidado caminar, o tal vez nunca lo han aprendido. Formas de caminar de gente que nunca habrá caminado más de un kilómetro seguido en toda su vida.

Y las comidas son exageradas en todos los sentidos. Demasiada sal, demasiadas grasas, demasiada carne, demasiado de todo pues las raciones son estremecedoramente grandes. He tenido tantas malas experiencias cuando he intentado comer fuera, que ahora siempre que salgo a pasar el día me llevo mi sandwich o me arriesgo a quedarme sin comer, pues tanto exceso de todo me quita el apetito. Y si me atrevo a comer, luego el estómago se queja.

Mucho comer y mal, poco caminar, y pasa lo que pasa.

Incluso en mi puesto de trabajo, los Institutos Nacionales de la Salud, o como se diga en Español (the National Institutes of Health). El campus tiene un servicio de autobuses para que la gente no tenga que caminar. Y me cuenta un colega que en su lugar, donde tratan gente con problemas de obesidad, los empleados dejan dulces y caramelos para los pacientes. En mi trabajo estoy estudiando textos médicos, y estoy encontrando muchos estudios acerda de la obesidad, cómo prevenirla, y sus efectos en la salud. Es un problema que preocupa a todo el mundo, y a Estados Unidos con más motivos. Pues para empezar, que hagan algo para que la gente coma algo más sano y camine más. Y por favor, que dejen algo sano en vez de dulces en una clínica de tratamiento a obesos, digo yo.

viernes, octubre 16, 2009

Las gárgolas de la catedral de Washington

A mediados de Septiembre visitamos la catedral de Washington. Sí, Washington tiene su catedral gótica, o más bien neo-gótica, que la acabaron el siglo pasado. Pero el estilo lo hicieron tal y como si fuera en la edad media. Incluso los materiales de construcción fueron los mismos que entonces. No hay vigas de acero, ni cemento ni hormigón. Es todo pura piedra. Y el resultado es espléndido. La piedra es de una cantera local. Es una piedra blanquísima, y la catedral parece brillar con luz propia.

Washington National Cathedral

Estoy acostumbrado a ver catedrales grises de piedra gastada. La catedral de Washington es tal y como verían los plebeyos de la edad media las catedrales europeas: un monumento blanco y limpio.

Llegamos a la catedral con el propósito de visitar las vidrieras, pero antes de entrar nos paramos delante de la fachada, admirando las líneas limpias y nada recargadas. Qué contraste con las catedrales españolas, que en cierto modo tienen demasiados detalles. La catedral de Washington es todo elegancia.

Hay un grupo de turistas curioso. Varios tienen prismáticos, uno incluso tiene un telescopio, y todos parecen estudiar los detalles de las altas torres. Se me antoja pensar que son aficionados a la arquitectura. Estamos junto a ellos, pues es el lugar desde donde se ve la mejor la fachada, cuando el del telescopio, que resulta ser un guía, empieza a llamar la atención al grupo, nosotros incluídos. "Listos para empezar el tour de las gárgolas?" Pregunto qué tour es ése, y el guía nos contesta que es un tour de hora y media que se centra en las gárgolas del exterior del edificio, y que lo hacen una vez por semana. Nos llama la atención este tipo de tour, y el entusiasmo del guía nos anima a apuntarnos. Tenemos tiempo, e incluso tenemos prismáticos que siempre llevamos cuando vamos de viaje.

El guía nos cuenta que las gárgolas tienen su función para proteger el edificio de la lluvia, pero los masones tienen licencia para esculpirlas como quieran, dentro de ciertos temas. Nos dice que, al contrario de los motivos del interior, que son religiosos, las gárgolas y otros adornos del exterior son ateos, reflejo del modo de vivir de la época. Y así, si en la edad media representaban temas de interés de aquella época, esta catedral, que se acabó hace menos de cincuenta años, tiene temas más modernos que reflejan la cultura moderna.

Y así descubrimos imágenes de todo tipo. La parte más antigua tiene imágenes parecidas a las gárgolas europeas: monstruos mitológicos de todo tipo, sentados y con la boca abierta. Pero a medida que avanzamos a zonas más nuevas, los masones empezaron a dar rienda suelta a su imaginación, y encontramos un pulpo, una langosta, un burro, y gente de varias profesiones. Está el astrónomo observando el cielo, el ejecutivo corriendo con su maleta, el turista haciendo fotos.

Gargoyle

También hay personajes de historias y cuentos del lugar pero que no conozco. Hay incluso personajes de película. Así, si observas una de las torres verás, allá a lo alto, la figura de Darth Vader de La guerra de las galaxias. Y se me antoja pensar, ¿qué dirán los turistas que visiten la catedral dentro de quinientos años? ¿tal vez crean que es un alien y piensen que teníamos visitantes de otras galaxias? Ya hay gárgolas en la catedral de las que no se sabe quién las esculpió, o incluso qué son. Con el paso del tiempo, la mayoría de las gárgolas perderán su significado y serán figuras extrañas como las de las catedrales europeas.

Gargoyles


Llegamos al final del tour y el guía nos muestra la última gárgola. Es una especie de monstruo como las gárgolas tradicionales, pero ésta es especial. Nos dice que miremos su boca... y entonces vemos que hay una persona dentro con cámara de fotos. ¡Es un turista que está siendo devorado por la gárgola! El guía, mostrando una sonrisa misteriosa, nos deja en el lugar. Y yo me pregunto, ¿tal vez la próxima semana habrá una gárgola más y un turista menos?

viernes, octubre 02, 2009

Washington en autobús

The Capitol

Si bien recomiendo visitar Washington en bici, la mayoría de la gente lo más seguro es que lo visiten desde un autobús turístico. La verdad es que no hay como subirse al segundo piso de uno de esos autobuses sin techo para recorrer la ciudad como turista. Siempre que viajamos Mineko y yo a otra ciudad, lo primero que hacemos es tomar uno de esos autobuses. Así que decidí esperar hasta que Mineko me visitara para hacer nuestro papel de turistas auténticos.

Mineko llegó dos semanas después que yo. Lo primero que hicimos para que se recuperara del jetlag fue visitar Washington, no en bici, sino en tándem. Es mi receta contra el jetlag: hacer un poco de ejercicio a la luz del día. Fue un día precioso. Llegamos hasta Georgetown, a las afueras de Washington, y de vuelta a Bethesda.

El fin de semana siguiente hicimos la visita turística real. El plan era eso, tomar uno de esos autobuses. Pero con eso de que éramos dos, ninguno de los dos nos paramos a comprobar dónde paran esos autobuses antes de salir de casa. Y ya en Washington (yendo en metro, no en bici), no sabíamos dónde buscar el autobús.

Washington ciudad no es muy grande, pero tampoco se puede recorrer a pie de parte a parte. Salimos del metro en el barrio chino, una zona que parecía céntrica. Y vimos los autobuses en la distancia. Recorrimos las calles a ver si encontramos la parada, pero nada. Decidimos caminar hacia el lugar de la casa blanca, que allí seguro que para. Pero tal casita estaba bastante lejos, y nos costó más de una hora llegar. Por el camino veíamos el autobús, pero, como si éste fuera un espectro, siempre estaba lejos y nunca encontramos ninguna de las benditas paradas. Llegamos a la verja de la casa blanca, y nada, no hay nada que se parezca a una parada de autobús.

Cerca había una oficina de turismo, pero estaba cerrada los sábados por la tarde... ¡cuando hay más turistas! Desde luego, esto no es Europa.

El libro de turismo de Mineko, un libro japonés que siempre me asombra por los detalles tan prácticos que da, esta vez no dice dónde tomar este autobús, pero por lo menos da un número de teléfono que puedo llamar. Llamo al número pero lo único que consigo es escuchar una grabación con una voz muy baja y con un acento americano al que aún no estaba acostumbrado. Con el ruido del tráfico apenas llego a oír algo de que los autobuses salen de la estación U, o algo así... cual será esa estación U? Será que las estaciones de Washinton se llaman como las calles? Todas las calles que van de este a oeste se llaman acorde con las letras del alfabeto, y las calles que van de norte a sur se llaman con números. Con lo que tal vez la estación U está en la calle U?

Al final nos resignamos. Después de tal caminata, volvimos a Bethesda sin haber recorrido Washington en bus. Lo intentaremos el domingo.

Salimos el domingo, esta vez con el nombre completo de la estación: es la estación principal, que se llama Union Station. Parece ser que los americanos se comen las letras más que los andaluces. Y así, llegamos a la estación, y allí estaba el autobús, rojo y con la bandera americana pintada, esperando. ¡Por fin!

El sistema es hop-on hop-off, es decir que te puedes bajar en una parada, visitar algo, y subirte al siguiente autobús. Pero decidimos simplemente quedarnos en el autobús, y menos mal que lo hicimos, que el recorrido duró más de dos horas... imposible de hacer a pie. Vimos el Capitolio desde todos los ángulos, pues el diseño de la ciudad es tal que todas las calles principales llevan al Capitolio. Vimos otra vez la casa blanca, y descubrimos que la parada estaba unos metros más allá de donde miramos, a la vuelta de una esquina... faltaría más.

El día era perfecto, ni frío ni calor, y la grabación (que no había guía) era clara e interesante y aprendimos un montón, de las columnas del monumento de Lincoln (una por cada uno de los 48 estados de la época), del monumento de Jefferson, el que creó la constitución americana, de la catedral de Washington, la sexta más grande del mundo, del cementerio de Arlington, un cementerio con vistas ¡Por fin, ya somos turistas!

lunes, septiembre 28, 2009

Washington en bici

Capital Crescent Trail

Washington Monument

Bethesda es una zona residencial al borde de Washington DC. El metro de Washington llega a Bethesda, y mejor aun, se puede ir en bici hasta la capital misma. Hay una línea de ferrocarril abandonada que se ha rehabilitado como pista para bicis, y en Bethesda mismo hay una tienda que tiene bicis de alquiler. El precio es bastante caro, 35 dólares por un día. Para dar un poco de perspectiva, se puede alquilar un coche por menos. Pero me hacía ilusión ir en bici a Washington, y así, en mi primer domingo de este viaje alquilé una.

La pista está asfaltada, y es muy popular. Abundan no sólo ciclistas sino que también peatones caminando y corriendo, patinadores, e incluso vi a uno que parecía estar esquiando con patines y palos de esquí. Lo que no hay es vehículos de motor ni de tracción animal (aparte de la humana, se entiende).

El lugar transcurre por entre bosques. Es sorprendente que se pueda llegar hasta casi el centro de Washington sin apenas ver una casa, y sin soportar ruido de coches. La pista, cuesta abajo, llega hasta un río, el Potomac, un río ancho y tranquilo, sin lanchas de motor (qué diferencia con Sidney!) y con gran cantidad de gente haciendo piragüismo. Vamos, más que la capital del país más poderoso del mundo donde se toman decisiones a escala global esto parece un lugar de reposo y vacación.

Y así, sin darme apenas cuenta, llego al final de la pista, en Georgetown, un pueblo adyacente a Washington. I desde allí, tras perderme por las calles con tráfico, decido circular por los parques bordeando el río. Y en una de éstas me encuentro con un edificio que parece un templo romano. Es el mausoleo de Lincoln, en el corazón mismo de Washington DC. De repente aparecen turistas por todas partes, y al llegar al mausoleo veo, enfrente de mi, la avenida principal. La escena me recuerda a una escena de la película "Forest Gump", pues delante de mí veo el estanque, más allá un obelisco gigante que es el monumento de Washington (el primer presidente de EEUU), y al fondo el capitolio donde se toman todas las decisiones. Lo que falta es la gente, pues en la película la avenida estaba a rebosar, pero ahora está casi vacía. No es que no haya gente, al contrario, hay mucha gente pero es muy diminuta, empequeñecida por la escala de la avenida y el obelisco. Y es que la avenida es tan ancha que se necesitarán cientos de miles de personas para llenarla.

Bueno, yo sigo con la bici, sin pararme a visitar los monumentos (que la bici no tiene candado!), recorriendo la inmensa avenida, y viendo autobuses, turistas a pie, en bici y en segway, pero la avenida es tan grande que me doy la vuelta antes de llegar al capitolio, que el calor aprieta y no hay árboles que me protejan del sol. De vuelta veo la casa blanca (estará el presidente?), y un grupo de turistas en segway. Oye, eso del segway parece muy interesante. Los segwayeros, que seguro que acaban de aprender a usarlo, se mueven sin hacer ningún esfuerzo aparente, sin dar trompicones por la falta de experiencia... igual me apunto a uno de esos tours.

El calor sigue aprietando con lo que vuelvo a la pista de vuelta a Bethesda. Ya en la sombra disfruto del viaje de vuelta, ahora cuesta arriba pero apenas sin notarse. Otra vez las piraguas en el río, caminantes, gente corriendo y en bici y patines, todos disfrutando de un día soleado a finales de agosto.

De la experiencia decido que tengo que conseguir una bici como sea. Pero descubro que las tiendas no venden bicis baratas, y el mercado de segunda mano es bastante flojo. Mirando aquí y allá, buscando en páginas web, yendo a tiendas, al final encuentro bicis más bien baratas, y me acabo de comprar una por unos 150 dólares incluyendo el envío a domicilio. No sé si la podré vender, pero de seguro que el gasto lo voy a amortizar, no tengo más que hacer unas cinco escapaditas en bici... y ya tengo el candado.

viernes, septiembre 18, 2009

Primera impresión de Bethesda

Otra vez estoy de viaje, esta vez en EEUU. Este año tengo sabático, es decir que mi trabajo me permite pasar hasta seis meses visitando otros centros de investigación, sin distracciones administrativas y sin dar clases. Puedo dedicar todo el tiempo para la investigación y para fortalecer contactos. Hace cuatro años visité Edimburgo y España, este año hago una visita al centro NIH en Bethesda durante tres meses. El resto lo pasaré en Australia.

Ya hablaré de NIH en otra ocasión, en este relato hablaré de mis primeras impresiones de Bethesda.

Bethesda es un barrio-ciudad cerca de Washington, la capital de EEUU. La primera vez que oí este nombre fue hace unos años, jugando a un juego de rol llamado Morrowind. Los creadores de este juego tan adictivo son Bethesda Softworks. Poco me imaginaba que había un Bethesda verdadero, y menos aún que un día lo visitaría.

Dejé el invierno de Australia, fresco y soleado, para llegar a un Bethesda de noche bochornosa, calurosa y húmeda... y la patrona de la casa dice que menos mal que ya es de noche y ya no hace calor. ¿Cómo será de día?

Al día siguiente me levanto muy temprano pues mi reloj interno se queja. No tengo desayuno, y como la mañana es fresca decido dar un paseo hasta el centro de Bethesda. Media hora de paseo, viendo el día despertarse y la carretera llenarse de coches de gente que va al trabajo. El calor empieza a notarse pero al final llego al centro, donde encuentro una casa de pancakes, tortas dulces de harina, mantequilla y huevo que aún no sé cómo se llaman en español.

Ya repuesto, sigo explorando el lugar hasta encontrar mi objetivo, un supermercado para aprovisionarme de comida para la semana. Me asombro de lo barata que está la comida comparada con Australia, y la fruta y verdura tienen una pinta admirable. Y lo mejor de todo, las bayas... ¡tan baratas y con esa pinta!

Comprar la comida es una cosa, y otra es llevarla a casa... ya es media mañana, el calor arrecia, y tengo no sé cuántos kilos que llevar de vuelta... y cuesta arriba, o eso me parece por el calor. Tengo que descubrir la ruta del autobús, pienso mientras camino con las bolsas en una calle con tráfico y pocos árboles, vamos nada idílico.

Y así me paso el día, caminando de aquí para allá, bajo un calor de justicia, con jet-lag, pensando que me tenía que haber traído más camisas de manga corta...

¡Y quedan tres meses por delante!

sábado, julio 18, 2009

Ajedrez por correspondencia

Me acuerdo de la primera vez que jugué al ajedrez por correspondencia. Fue hace unos diez años; entonces ya vivía fuera de España, y acordamos Sergio y yo el mandarnos postales, y en cada postal escribir una jugada de ajedrez. Era una manera como otra de asegurar que nos mantendríamos en contacto, y de parte jugábamos una partida de ajedrez.

Pero el asunto no era tan sencillo como parecía. Primero, como pasaban tantos días entre jugadas, cuando la postal llegaba no me acordaba de la estrategia, y me pasaba más tiempo retomando el hilo de la partida, que pensando en las jugadas. Pero lo peor fue cuando una de los movimientos de Sergio me comía una pieza, eso dijo en la postal, ¡pero según mi tablero la casilla estaba vacía! Nuestros tableros estaban desincronizados. Total, que no pudimos acabar la partida. Empezamos otra, pero al final lo dejamos. También intenté jugar con Salva por correspondencia, pero nada. Pasaba tanto tiempo entre jugadas que al final lo dejábamos.

Pero no desistí. Encontré un lugar en internet donde organizaban torneos de ajedrez, y me apunté. Pero mi nivel estaba tan lejos de ser algo aceptable, que la verdad es que no hacía ilusión perder tan de seguido, y lo peor es que a menudo no tenía ni idea de por dónde andaban los tiros. Total, que lo dejé.

Hace unos días me entró el gusanillo otra vez. Tras una búsqueda rápida, he encontrado chess.com. Es una maravilla de portal de ajedrez. Tienen torneos, juegos por correspondencia, y hasta biblioteca de aperturas, puzzles y módulos de entrenamiento. Total que me he creado una cuenta... pero con quién juego? Prefiero jugar con alguien conocido. Con lo que si te animas, echamos una partida... ¡y hasta tiene un módulo en Facebook!

No creo que haya mejorado mi ajedrez, a no sea que sea algo que madura cuando no se gasta, como el vino. Pero bueno, lo importante es jugar y entretenerse.

Te espero en chess.com! Mi nombre es diego_ma.

domingo, mayo 10, 2009

La histeria de los tiburones


Los tiburones son unos monstruos marinos que atacan a cualquier persona que pillan, con malicia, sin avisar. O eso es lo que nos enseñan en las películas y todos esos programas de aventuras. Siempre que un tiburón ataca a un bañista salen las noticias en todas partes, y empieza la histeria colectiva.

Hace unos meses un tiburón atacó a un submarinista de la marina australiana en el puerto de Sidney, y la semana siguiente otro atacó a un bañista en una de las playas de la ciudad. La coincidencia de estos dos ataques desencadenó toda una histeria colectiva, cerrando playas por aquí y por allá, y sacando fotos de tiburones amenazando a bañistas.

Esta ronda de "ataques" me sorprendió cuando estaba a punto de participar en una de esas carreras de natación que tanto me gustan. Era un día gris y tormentoso, y el mar estaba tan revoltoso que lo último que me preocupaban eran los tiburones. Los medios de comunicación de repente se interesaron por estas carreras, y había cámaras y entrevistadores con la consabida pregunta, "¿y tú no tienes miedo de los tiburones?". Ellos no sabían que el fin de semana anterior estuve buceando en un lugar llamado "shark point", donde fuimos a una cueva a observar a un grupo de tiburones. Y ese "shark point" estaba a apenas unos cinco kilómetros de la salida de la carrera... Al final tuvieron que cambiar el recorrido de la carrera, no por los tiburones sino por el estado del mar. Fue una carrera muy emocionante por las criaturas marinas que habían traído la tormenta, unos bichos extraños en cantidades enormes, miles y miles, cadáveres que llenaban la bahía, seres que a algunos se les antojaba aliens, y a otros, siguiendo la moda de la histeria, embriones de tiburones, y como decían... "si hay tantos embriones de tiburones muertos, cuántos tiburones vivos nos esperan en el mar...?".

La presencia de los medios de "desinformación" se hizo crónica, siempre había alguien con cámara lista a ver si aparece alguna amenaza de tiburones, e incluso había helicópteros sobrevolando... tal vez para proteger a los bañistas, o más bien para ser los primeros en dar la noticia si pasa algo... algo que nunca pasó. Pero me alegró ver las noticias en los periódicos y en la tele con el tema de "esta gente aguerrida (loca?) sigue desafiando a los tiburones". Siempre es bueno ver propaganda de esta actividad, por extraña que sea.

Mientras, yo he seguido yendo en búsqueda de tiburones, que haberlos haylos, y en cantidad. La semana pasada, en una inmersión que hice con los Macquanautas, el grupo de submarinistas de Macquarie University, nos encontramos con un grupo de más de diez tiburones, algunos de más de dos metros, que nos rodearon mientras nosotros disfrutábamos del espectátulo. Precisamente en esos momentos había una carrera de natación, y apenas unos minutos antes estábamos viendo a los nadadores atravesando la superficie a toda velocidad, sin saber lo que pasaba debajo de ellos.

Hoy mismo he hecho otra visita a los tiburones, otra vez con los Macquanautas. Esta vez los tiburones se han acercado más, y Jay, de nuestro grupo, se ha emocionado tanto haciendo fotos que hasta se olvidaba de controlar su profundidad mientras tomaba las fotos. Incluyo una de sus fotos.

Es curioso, el tiburón de la foto da más miedo en la foto que en realidad. Los tiburones son peces como otros cualquiera. Hay que tratarlos con respeto, pero bueno al fin y al cabo hay que respetar todas las formas de vida, ¿no?

domingo, marzo 08, 2009

Gandia



La última parada en mi viaje a España estas Navidades, después de Singapur y Barcelona, y el propósito mismo del viaje, es Gandía, mi ciudad natal. En Gandía y alrededores tengo a casi toda mi familia, y hace ya demasiado tiempo que no les visito. Y los viajes de años pasados siempre han sido demasiado cortos. Esta vez estoy más de dos semanas, a ver qué se puede hacer. Aquí no hablaré mucho de mi familia, que eso es privado... sólo mencionar que hay que ver cómo han crecido los sobrinos, y lo que crecerán. Espero que se acuerden de mí para la próxima vez que vaya, que igual pasarán algunos años hasta que vuelva. Que no es tan fácil viajar de las antípodas. Australia tiene sus ventajas, pero el problema principal (y en cierto modo la ventaja) es estar tan lejos de Europa. Bueno, más bien lejos de casi todo.

Gandía ha cambiado mucho desde que vivía allí, pero los cambios son más bien lo mismo que en otros lugares. La red de carreteras ha mejorado, hay muchos edificios nuevos, hasta el punto que ya se puede caminar de Gandía a la playa (unos 4 kilómetros) sin salir de la zona edificada, y han aparecido centros comerciales en las afueras donde van todos de compras en coche. Empieza a parecerse a Sidney pero en pequeñito, o más bien, creo yo, Sidney, Gandía, y tantos otros lugares del mundo han ido convergiendo.

Algo que sí que es bien distinto es la humedad, que crea días tan bochornosos en verano (menos mal que está la playa), y días de invierno donde el frío te llega hasta adentro y no te lo puedes
quitar. Este año me llevé más ropa de abrigo, pero como me temía, no me sirvió de nada. El mejor método de combatir el frío es acostumbrándose a él. Al final, con un chubasquero para que pare un poco la humedad y un jersey de lana que no se enfría con la humedad, iba tan contento.

Esta vez he ido sin coche, con lo que casi todos los lugares que visité fueron a pie. Aproveché para tomar varios caminos entre Gandía y su playa, y así poner la ciudad en el mapa de OpenStreetMap, que hasta ahora solamente era un círculo y un nombre. Si ves el mapa ahora verás un montón de calles. Son las calles que he recorrido este viaje, y unas cuantas más de las que me acuerdo, que he trazado siguiendo la imagen satélite. Vamos, que me he pasado casi todo el tiempo recorriendo calles y luego poniéndolas en el mapa. Eso me ha dado ocasión de recordar lugares que significaron algo en mis años mozos y descubrir nuevos lugares.

Otra cosa que es bien distinta de Sidney es el sentido de la historia. El castillo de Bairén, el palacio ducal, las calles estrechas del centro urbano, son testimonio de algo que pasó hace ya tantos siglos, mucho antes que el pie europeo, y con él la historia, llegaran a las costas australianas. No puedo decir que sea bueno vivir en un lugar con mucha historia, pero realmente es tan excitante el poder investigar quién fue el que vivía en tal sitio, o qué defendía tal castillo y cómo fue destruido. En cualquier lugar de España, y en Gandía por supuesto también, siempre puedes encontrar un historiador local que te pueda explicar tantas cosas que sucedieron en siglos pasados y que, aunque no nos demos cuenta, nos siguen afectando en la vida cotidiana. En Australia uno solamente puede encontrar vagas historias y leyendas pasadas de boca en boca. Leyendas que no pueden ser ciertas, pero que encierran algo de verdad y de sabiduría. El problema es que no es tan fácil encontrar qué es lo realmente cierto de las leyendas australianas, y algunas como las que descubrí en mi viaje reciente al centro de Australia son bonitas y misteriosas, pero ciertamente no ciertas.

Al final llega el momento de partir, de vuelta a Australia. He intentado recargar el alma con el afecto de familiares, y espero que se mantenga con vida hasta la próxima visita. Al final no pude verlos todo el tiempo que quisiera, pero es que todo el tiempo del mundo siempre es poco. Seguiremos en contacto por internet, a través de este blog, o por cartas. El teléfono está descartado, que la diferencia horaria es tan grande que es muy difícil que coincidamos... Vuelvo a Australia con las risas de los sobrinos en mis oídos, con las palabras de afecto de los familiares. Y es cuando me doy cuenta del vacío que hay en Sidney. No es realmente la historia, ni la falta de actividades culturales. Es, simplemente, la falta de familiares y amigos.

miércoles, febrero 11, 2009

Premio de abrazos

Esther me acaba de dar un premio de abrazos. ¡Qué bien! Pero para recibirlo tengo que decir seis razones que me hagan feliz y pasarlo a seis amigos. Bueno pues, a cumplir. Seis razones que me hagan feliz son:

  1. Recibir una carta de un familiar o amigo. El email no vale, y la postal tampoco. Tiene que ser una carta de papel escrita a mano y hecha con el corazón.
  2. Pasear por un bosque, por la montaña o al lado del mar, escuchando los sonidos de la naturaleza.
  3. Cocinar algo y que me salga bien.
  4. Una velada relajada y entretenida entre amigos o familiares.
  5. Levantarme temprano en un día soleado, en un fin de semana, sin sueño y con ganas de aprovechar el día hasta el máximo.
  6. Tumbarme en la hierba, a la sombra en un día de verano, y recibir las caricias de la brisa.
Todo lo anterior me hace doblemente feliz si lo comparto con alguien que quiera.

Me es un poco difícil elegir a los amigos que reciban el premio, pues no hay tantos que tengan un blog y hablen español. Con lo que muchos de los premiados no tienen blog, y además todo cae en familia.

Y los premiados son.... trtrtrtrtrtrtrtrtrtrtrtrrrrrrtrrrt... pachín

  1. Marilyn
  2. Celia
  3. Antonio
  4. Mineko
  5. Maricrís
  6. Alex
Y el premio? Pues no se por qué no puedo colgarlo en esta entrada con lo que aquí va el link al blog de Esther donde me ha dado el premio:

sábado, febrero 07, 2009

Barcelona



Barcelona suele ser la ciudad destino de mis vuelos a España. Siempre llego cansado y con las horas cambiadas por la diferencia horaria con Australia, y aprovecho la estancia para descansar, dejar mis hábitos australianos, y recuperar mis hábitos españoles. Y es que yo soy una persona que, vaya donde vaya, no puedo evitar el adaptarme al lugar y cambiar.

Barcelona también tiene percepciones distintas para turistas españoles y extranjeros. Para los turistas españoles, Barcelona es esa ciudad cosmopolita y europea, decididamente europea. Para los turistas extranjeros, Barcelona es esa ciudad que, estando en España, ofrece tanto ambiente, cerveza, vino y tapas. Y en cierto modo esas dos facetas se me aparecen a mí cuando la visito. La veo de una forma cuando llego desde Australia, y de otra distinta cuando la dejo tras visitar España.

En el viaje más reciente visité Barcelona tras una ausencia de España de dos o tres años. Fue un viaje largo, de Australia a Singapur, y de allí a Barcelona. La ocasión, visitar familiares durante las vacaciones de Navidad y Año nuevo. En Barcelona están Celia y Manolo, y muy cerca Alex y Mercedes. ¡Saludos a todos y gracias por acogerme! Tuvimos ocasión de hablar, jugar con Alejandro y Natalia a futbolines y tantas otras cosas. Pero bueno, el tema de esta entrada son mis impresiones de Barcelona como ciudad.

Durante los primeros días, y aún con mi prisma de australiano, Barcelona se me antoja ciudad fría, que es invierno y vengo del verano australiano. Me traje ropa de abrigo de todo tipo, pero el frío barcelonés no se combate con la ropa, sino acostumbrándose a él. Por mucha ropa que te pongas, el frío entra y no se puede evitar. No es tanto el frío como la humedad que cala. Pero no me quejo, que por humedad hay mucha más en Gandia, que ya hablaré en otra entrada de este blog.

Barcelona tiene muchas atracciones turísticas, pero no suelen cambiar mucho con el tiempo, con lo que en este viaje no hago el recorrido turístico. Tampoco hago el recorrido de bares y restaurantes, que como no viene Mineko esta vez no me apetece salir. Simplemente, paseo por la ciudad. Y es cuando te das cuenta que es una ciudad como todas las ciudades, ruidosa y con un tráfico imposible, tanto que realmente pasear por las calles es exponerse a agresiones acústicas y olfativas por el ruido del tráfico y la contaminación. Acostumbrado a la tranquilidad de los suburbios de Sidney, este ajetreo me pone nervioso. Para evadirme del ruido visito una galería de arte de entre tantas que hay, o entro en uno de sus tantos bares y restaurantes, que tienen su ruido pero es más agradable. Y la comida, como esperaba, muy barata y muy buena comparado con lo que se come en Sidney. Algo que me encanta de España es que prácticamente cualquier bar y restaurante sirve una comida sorprendentemente buena por el precio. Es cierto que no es tan barata como la de Singapur, y la verdad es que no sé qué decir si es más buena. La comida española es tan diferente de la asiática que no se pueden comparar, simplemente hay que disfrutarlas cada una por separado.



Varias semanas más tarde, ya de vuelta a Australia y tras visitar a los familiares de Gandia, paso por Barcelona otra vez. Tras varias semanas de vacaciones y felicidad, ¡que hace tanto tiempo que no nos vemos, familia!, Barcelona no es tan fría, ni tan ruidosa. Tal vez porque aún hay ambiente de vacaciones, o porque mi mente está más relajada, no sé, la ciudad se hace más hospitalaria. Aprovecho para hacer las últimas compras, cosas que quiero comprar en España como regalos para la gente de Australia, y para mí una cajita de azafrán, que es más barato que en Australia y no pesa nada. El azafrán lo encuentro en una tienda de especias del casco antiguo. Y es cuando vuelvo a descubrir el encanto del casco antiguo, con sus edificios antiguos y calles estrechas. Algo tan antiguo no existe en ninguna ciudad de Sidney, y el verlas me transporta a siglos pasados, intentando imaginarme cómo viviría la gente de estas calles entonces.

Barcelona se despide de mí con una imagen casi insólita de un Tibidabo helado.

Barcelona, punto de entrada y salida de España, antes, y ahora.

domingo, febrero 01, 2009

Caballos y dragones



El título no tiene que ver con juegos o películas de fantasía, si no con la realidad. ¡Los dragones existen, y yo he visto no uno, sino cuatro! Pero hay que buscarlos bajo el agua.

Llevo ya varios meses practicando submarinismo, como ya he contado en otra ocasión. Aquí contaré lo que encontré en una immersión antes de Navidades, y la de ayer.

El Noviembre pasado, en las últimas etapas de la primavera y con el aire y las aguas más calientes, me junté con Ferdinand para bucear en Clifton Gardens. El lugar es bastante feo, pues tenemos que bucear por entre montones de basura de la playa y esquivando sedales de pescar, pero hay algo especial. La playa tiene una red para proteger a la gente de los tiburones. Es una red muy vieja, y se ha convertido en una especie de arrecife donde abundan esponjas y otras criaturas marinas... y caballitos de mar.

Y así fue. Hicimos la immersión por la parte de fuera de la red, donde hay más fauna marina (incluyendo tiburones, pero por suerte ninguno apareció durante la excursión). Me encontré con un pez puercoespín, y con los caballitos. Es una maravilla ver estas criaturas de cerca.

Ayer me ajunté con el club de immersión de Manly con la misión de encontrar dragones marinos. Ya he intentado encontrarlos en la playa de Shelly, al lado de Manly, pero esta vez vamos a un lugar donde se encuentran seguro. El lugar es Inscription Point, que coincide con ser el lugar del primer desembarco del capitán Cook cuando llegaron a Australia a tomar posesión del lugar para el Reino Unido.

El guía, Sharky, nos lleva por entre un laberinto de algas hasta llegar a su lugar preferido, donde encontramos una sepia, estrellitas de mar, y los dragones. Estos dragones no echan fuego (que ya sería difícil bajo el agua, ya), y son pacíficos y curiosos. Se dejan tocar y acariciar, y nadan alrededor de tí.

Cuenta Sharky que los dragones siempre están allí, pero encontrar el lugar exacto no es tan fácil... es un lugar "secreto" que no creo que yo pueda encontrar otra vez... y espero que quede así, secreto, para que estos animalitos curiosos no tengan problemas.

miércoles, enero 28, 2009

Singapur - II


El vuelo de vuelta de España (que ya contaré de España en otra entrada) también hizo escala en Singapur. Esta vez mi plan era ir a donde me llevaran los pies, y los de Nitin, colega de trabajo que está pasando unos meses en Singapur. El avión de vuelta fue tan bueno como el de ida a España, pero estaba lleno, con niños hiperactivos y llorosos que hacían difícil echar una cabezada en el vuelo de 12 horas entre Milán, donde el avión paró una hora para tomar pasajeros, y Singapur. Pero bueno, con mucha concentración y pensando en esas películas de artes marciales donde el bueno consigue descansar aunque alrededor todo sean peleas y gritos, conseguí dormir unas horas.

Ya en Singapur, y tras una ducha en su aeropuerto supermoderno, me encuentro con Nitin, que me espera en la sala de llegadas. La idea es ir a una de las islas que rodean la gran isla de Singapur. Así, tomamos el metro y el autobús para llegar, una hora más tarde, al muelle. Hay varios barcos pequeños que parecen de pesca, pero pronto descubro que uno de ellos es el que nos llevará a la isla Pulau Ubin. Pero llegamos un poco tarde, el barco está lleno, y tenemos que esperar al siguiente. Mientras esperamos llega más gente, y entonces ocurre algo sorprendente. Llega el capitán del siguiente barco y escoge a la gente que va a subir al barco, y nosotros no estamos entre ellos. Parece ser que en esta parte de Singapur no existen las colas. Protestamos, pero el capitán nos habla en malayo y nos da a entender que tenemos que esperar al siguiente barco. Ya nos imaginamos que podemos esperar allí en el muelle todo el día, esperando a que el capitán nos escoja, y peor aún, tal vez para el viaje de vuelta tenemos que esperar más aun. No nos apetece tal proposición, con lo que desistimos de ir a la isla y simplemente damos un paseo por la orilla del mar. Es un mar tranquilo, sin olas, tan diferente del mar australiano. El día, caluroso como todos los días de Singapur.

Después nos dedicamos a la actividad favorita de los singaporeanos, que es el comer. Vamos a un edificio cercano que está lleno de puestos de comida. No hay apenas señales en inglés y los platos son de comida malaya y china, platos que no conozco de nada. Al final voy por lo seguro y pido lo mismo que Nitin, pollo estilo Singapur, delicioso. Y lo mejor de todo es que el precio de la comida fue de 4 dólares singaporeanos, que al cambio actual es como 2 euros. Ya me contaba Nitin que mucha gente vivía en casas sin cocina y salían a comer y cenar todos los días, que la comida es tan barata y buena que no vale la pena cocinar.

Al final Nitin me lleva al centro de Singapur y nos despedimos. Singapur es un país cosmopolita. En cierto modo me recuerda a Suiza. Como Suiza, es un país próspero, centro de comercio y finanzas, limpio y seguro, y con cuatro idiomas nacionales. Sólo le faltan las montañas y las vacas.

Enfrente tengo un mercado chino, a un lado está el barrio indio, y detrás el barrio musulmán. Entro en el mercado chino, donde por supuesto reina el bullicio y todo son productos coloridos y baratos made in China, pero no hay nada que me guste. Llego a Sim Lim Square, un edificio dedicado al comercio de productos electrónicos y me entretengo a mirar prismáticos, que los que llevo son ya muy viejos. El dependiente se percata de mi atención y me dice el precio: 120 dólares singaporeanos. No me convence el producto, que yo quiero algo más pequeño y portátil. Y él que ve que no me interesa me baja el precio: 100 dólares. Dejo los prismáticos en el mostrador, y enseguida me dice 80. Me sigue sin interesar, miro otros prismáticos, y ninguno me interesa, con lo que me voy. Ya saliendo me dice que 50... vamos que si sigo allí me va a pagar él para que me los lleve.

Entro en otra tienda donde sí que tienen los prismáticos que me interesan, pero valen 100 dólares. Finjo que no me interesan, a ver si consigo un precio más bajo, y seguro, me lo rebajan a 85. Pero yo no sé fingir mucho y se nota que realmente sí que me interesan, con lo que no me bajan el precio más. He de decir que estos prismáticos parecen de mejor calidad que los otros, con lo que al final me quedo con ellos. Me quedo pensando que, tal vez si realmente no me interesaran me habrían bajado el precio más, pero bueno, uno que no ha nacido para actuar.

Los pies me llevan al barrio indio. El lugar está lleno de olores exóticos para mí, pero no tengo hambre, que ni estómago está trastocado con la diferencia horaria con España. ¿Qué hora será en España? Mejor no pensarlo.

Llego al barrio musulmán, que me resulta extrañamente familiar. Y es que al fin y al cabo, la mayoría de los pueblos españoles tienen su toque musulmán. Esas calles caóticas y estrechas, tan corrientes en los pueblos españoles, aparecen también en este barrio. La diferencia es que aquí hay una mezquita funcional. Es una mezquita que pensaba visitar, pero coincide que es viernes, día de oración, y la mezquita está cerrada para los no creyentes.

Acabo el día en un restaurante musulmán, donde me sirven más comida deliciosa acompañada de té dulce de menta. Las mesas son grandes y comparto la mía con una familia de gente alegre y habladora. Decididamente, los singaporeanos son gente agradable a los que les gusta el buen comer.

Es hora de volver al aeropuerto. Estoy cansadísimo de tanto ajetreo, del calor, y de poco dormir. El avión es el Airbus 390, ese de dos pisos tan grande. Estoy en el piso de arriba, y el asiento es incluso más espacioso. ¡A medida que viajo en Singapore Airlines me mejoran el servicio! Estoy tan lleno y tan cansado que ignoro la cena que sirven, y la verdad es que lo que ofrecían tenía muy buena pinta.

Me duermo enseguida, para despertar al cabo de unos minutos. Resulta que una de las familias con niños hiperactivos del otro vuelo está también en éste, ¡y esta vez justamente en el asiento de delante! Menuda nochecita que me espera.

martes, enero 27, 2009

Singapur - I



Como buen optimista que soy, mi pensar es que, de las muchas cosas buenas que tiene Australia, una de ellas es que está tan lejos de todo, que para ir a cualquier sitio cualquier otro lugar del mundo se puede visitar de paso. Así, en el viaje que hice a España estas Navidades, aproveché para hacer escala en Singapur.

Y por qué Singapur, y no Bangkok o Dubai? Tal vez en otra ocasión visitaré estas otras ciudades, pero esta vez me decido por Singapur por dos motivos. El primero, porque he descubierto que tiene una colección de bonsais impresionante, y con mi afición a los bonsais espero encontrar fuentes de inspiración. El segundo motivo es la curiosidad por ver si es cierto que la Singapore Airlines, la compañía aérea, as tan buena como dicen.

El vuelo con Singapore Airlines no es el más barato, pero por lo menos no pasa por Heathrow, el aeropuerto de Londres que me ha dado tantos dolores de pie por las distancias que he tenido que recorrer a pie cargado con el equipaje de mano, y tantos quebraderos de cabeza por su tendencia a perder las maletas y por sus medidas antiterroristas tan inconvenientes.

Así, el 15 de diciembre tomo el avión con destino a Singapur. El avión en sí es sorprendente pero en el sentido opuesto al que me esperaba. Es viejo, las ventanas están sucias y la tele acoplada al sillón no sirve para otra cosa que para decoración. Los asientos son estrechos y con poco espacio para las piernas. Vamos, que no es como lo pintan en los anuncios. Por suerte el vuelo es diurno y no tenía intención de ver la tele. Me paso las ocho horas del vuelo leyendo y jugando con mi NDS, cuando no disfrutando de la comida, que eso sí que estaba bien. Y en un cerrar de ojos llegamos a Singapur.

Desde el aire, lo primero que impresiona de Singapur es su puerto. Es uno de los puertos más activos del mundo, y eso se nota. Abajo en el agua se ven cientos de cargueros enormes y petroleros. Cada uno de esos barcos medirá varios cientos de metros, y su tamaño, más grande que los edificios de la ciudad, hacen que todo parezca una maqueta mala donde los artistas no han acertado con la escala relativa de los objetos.

Es hora de comer según la hora local pero mi estómago me dice que no, y de todos modos ya nos han dado de comer en el vuelo. Con lo que dejo el equipaje de mano en consigna y me dirijo a mi destino principal, el jardín chino con su colección de bonsais. El transporte urbano es una maravilla, tan barato, frecuente y puntual, y me lleva a la otra parte de la ciudad-estado en media hora.

El jardín chino está en una parte de Singapur adonde apenas llegan los turistas. La zona está tranquila, y puedo fotografiar los bonsais sin apenas nadie que me estorbe la composición. La colección de bonsais tiene dos partes, la china y la japonesa, que se complementan tan bien. Son como la comida en estos dos países. Mientras que los bonsais japoneses son sobrios y sencillos donde cada rama tiene una posición precisa e incluso un simbolismo especial, los chinos son una explosión de formas y variedades. Algunos penjing, que es así como se llaman los bonsais chinos, son de aspecto salvaje e intentan imitar los árboles modelados por la naturaleza. Otros, en cambio, son completamente estilizados con ramas retorcidas formando símbolos chinos, mezclando la caligrafía con la horticultura. Abundan composiciones donde lo que llama la atención no es el árbol sino la roca donde han puesto el árbol. A mi lado veo cientos de especímenes, cada uno de ellos una obra de arte. Y lo mejor de todo es que apenas hay visitantes de esta colección tan fascinante.

Hay otras partes del jardín chino que tienen más turistas, todos locales, y es que este jardín está lleno de rincones especiales, de gran simbolismo que no llego a entender, y que decido dejar para otra ocasión.

Mi objetivo principal se ha cumplido, ahora ¿qué hago? Saco la guía turística y decido ir al barrio chino, que este barrio chino debe de ser más auténtico que el de Sidney, pues la mayoría de la población singaporeana es de ascendencia china.

El barrio chino es toda una explosión de colores, especialmente de rojos, y hay gran cantidad de tiendas. Lo mío no es precisamente visitar tiendas, y paseo por el lugar, donde casi cada tendero me llama la atención para que vea lo que tienen que ofrecerme. Avivo el paso, no me gusta nada todo este ajetreo. Al final me escondo en un templo budista al final del barrio, donde la gran cantidad de figuras de Buda me da mareos. En cualquier lugar donde miro veo una figura de Buda. Hay Budas gigantes y pequeños, Buda por todas partes. Echo de menos los templos budistas japoneses, que, como sus bonsais, son tan sencillos y que inspiran tanta tranquilidad.

Tenía pensado cenar en el barrio chino pero cambio de parecer y me decido por visitar una zona que, según la guía, es muy popular entre los locales para cenar. Los singaporeanos aprovechan cualquier ocasión para salir a cenar, y se sirven buenas comidas en todas partes. La que voy a visitar se caracteriza por el marisco, y promete.

Tomo el metro pero no me atrevo a coger el autobús porque no entiendo las señales en la parada, con lo que decido ir a pie hasta el mar. El paseo me lleva por zonas más bien cutres y desiertas, y siendo un turista tan aparente como era estaba más bien incómodo, que a saber qué zona es la que estaba pasando. Me conforta el pensar que Singapur es un país con un nivel de vida muy alto y un índice de criminalidad muy bajo, y ya sería mala suerte el ir a parar en un lugar peligroso.

Más de media hora más tarde llego a la zona de la costa. Estoy cansado del viaje y la caminata, pero descubro que no es la zona de restaurantes. Con lo que me toca caminar más, siguiendo la costa. Ya es noche cerrada y a mi alrededor veo a grupos de jóvenes disfrutando de la noche, unos en bici, otros en patines, otros con su barbacoa, o acampando en el césped. Yo estoy agotado y hambriento, sin saber realmente si hay algún restaurante que valga la pena. Todos los restaurantes que veo me parecen o demasiado cutres o demasiado caros, y el cansancio, junto con el calor, que Singapur está prácticamente en el ecuador, hacen que me sea cada vez más difícil juzgar los restaurantes.

Al final, unos cuarenta minutos más tarde, cuando ya empiezo pensar en tomar un taxi que me lleve al aeropuerto, llego a una zona de marisquerías populares. Son restaurantes grandes, y con terraza dando al mar y llenos de gente. Creo que he llegado a mi destino.

Me decido por el restaurante Jumbo Seafood, donde pido la especialidad singaporeana: cangrejo al chili, y cerveza para aliviar la sed. Me sirven un plato con un cangrejo enorme, el padre de todos los cangrejos, junto con unos cascanueces para romper la cáscara. Y disfruto como un crío rompiendo la cáscara y manchándome las manos con salsa de chili. La salsa no es tan picante como me temía, y el cangrejo está simplemente delicioso. La mesa es enorme y la comparto con una pareja, uno de ellos escocés, con quien por fin puedo hablar algo que no sea trivialidades entre turistas y vendedores.

Ya con el estómago lleno y contento, llego al aeropuerto y tomo el vuelo con destino a Barcelona. La cena que sirven en el vuelo tiene muy buena pinta pero la ignoro, que aun me estoy relamiendo del cangrejo. Esta vez el avión es mucho mejor, con más espacio en los asientos y un televisor empotrado enorme donde puedo ver películas a mi antojo. Pido un Singapore Sling, el cóctel más conocido de Singapur con vodka, cointreau y alguna que otra cosa más, veo algo en la tele y al final me duermo, que el día ha sido muy largo.